Al mirar el teléfono, fruncí el ceño y suspiré. Una amiga y yo habíamos tenido un desacuerdo por un problema con nuestros hijos, y sabía que tenía que llamarla y disculparme. No quería hacerlo porque seguíamos estando en desacuerdo, pero sabía que yo no había sido amable ni humilde la última vez que hablamos del tema.

Pensando en la llamada telefónica, me preguntó: ¿Y si no me perdona? ¿Y si no quiere ser más mi amiga? Entonces, me acordé de la letra de una canción y del momento en que le confesé a Dios mi pecado en esta situación. Sentí alivio porque supe que Dios me había perdonado y liberado de la culpa.

No podemos controlar cómo nos responderán las personas cuando intentemos resolver los problemas relacionales. Siempre y cuando aceptemos nuestra parte, pidamos perdón con humildad y hagamos los cambios necesarios, podemos dejar que Dios se encargue de sanar. Aunque tengamos que soportar el dolor de los problemas relacionales irresueltos, siempre es posible tener paz con Él. Los brazos del Señor están abiertos, y desea mostrarnos la gracia y la misericordia que necesitamos. «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9).

De: Jennifer Benson Schuldt