En una venta de artículos usados, encontré un pesebre de Navidad en una caja de cartón destartalada. Cuando tomé al niño Jesús, noté los detalles minuciosamente tallados en el cuerpo del bebé. Este recién nacido no estaba envuelto en una manta con los ojos cerrados, sino despierto y un poco destapado, con los brazos extendidos y las manos abiertas. «¡Aquí estoy!», parecía decir.

La estatuilla ilustraba el milagro de la Navidad: Dios envió a su Hijo a la tierra en un cuerpo humano. A medida que crecía, sus manos jugaron, y luego sostuvieron la Torá y fabricaron muebles antes de comenzar su ministerio. Sus pies, perfectos y regordetes al nacer, crecieron para llevar de un lugar a otro para enseñar y sanar. Al final de su vida, esas manos y pies serían atravesados ​​por clavos, para sostener su cuerpo en la cruz.

Romanos 8:3 dice: «en ese cuerpo, mediante la entrega de su Hijo como sacrificio por nuestros pecados, Dios declaró el fin del dominio que el pecado tenía sobre nosotros» (NTV). Si aceptamos a Jesús, que se ofreció en sacrificio para pagar por nuestros pecados, seremos liberados de la esclavitud al pecado. El Hijo de Dios, que nació como un verdadero bebé, nos abre camino para tener paz con Dios y la seguridad de la eternidad con Él.

De: Jennifer Benson Schuldt